Hace dos siglos, la mañana del 11 de mayo, el navío San Telmo y la fragata Prueba dieron la vela en Cádiz. Un día después, zarpó el navío Alejandro I. Formaban la División del Pacífico destinada al Apostadero de Marina del Callao de Lima. Iba al mando del brigadier Rosendo Porlier, por su vasto conocimiento y celo para esta importante misión, quien también era el comandante del primer buque.
Los problemas empezaron pronto, en el primer mes de la travesía. El Alejandro I tuvo averías en la arboladura pues había rendido sus dos masteleros de velacho con una de sus vergas. Se reunió la Junta de oficiales, en la cámara del San Telmo, como establecía la ordenanza. Decidieron que no podía llevar a cabo una travesía tan larga, dura y trabajosa para los buques, tal y como era pasar el estrecho de Magallanes, en lo más riguroso del invierno, y realizar las operaciones siguientes en el mar Pacífico. El buque volvió de arribada a Cádiz en agosto.
La situación del resto de la División no era mejor. Porlier dejó constancia de ello por escrito: a pesar del incesante trabajo de todos desde la salida de Cádiz, tanto para arreglar el aparejo de unos buques malamente armados en todas sus partes, como para instruir marinera y militarmente a unos hombres que, o han visto por primera vez la mar, o si la han visto antes, son la hez y lo último de su profesión y de la nación, de quienes el gobierno no puede esperar gloria, ni esplendor alguno. También se quejaba del mal calafateo que se había hecho en el Arsenal de La Carraca para preparar los buques para la travesía. Aún así, esperaba vencer las dificultades que en tanta parte obstruyen el buen éxito y desempeñar la comisión que S.M. se ha dignado confiarme a costa del sacrificio de mi existencia. Fue una premonición.
El capitán general del Departamento de Cádiz, Baltasar Hidalgo de Cisneros, no estuvo de acuerdo con la exposición del brigadier Porlier y así se lo manifestó al secretario de Estado y del Despacho de Marina. Indicó que iba bien dotado de gente de matrícula, mozos robustos y gente de mar, aún cuando careciesen de la inteligencia en buques mayores de guerra, por no haberlo proporcionado nuestra escasez de ellos; incluso argumentaba que Porlier, lejos de haberle hecho presente ninguno de estos puntos antes de su salida, dijo oficialmente que se hallaba en disposición de ello después de haberle facilitado todo cuanto pidió para su mejor armamento y conservación de la salud.
Probablemente nunca sepamos quién tenía razón.
Lo que sí se sabe es que el 4 de octubre se avistó la fragata Prueba en el Callao de Lima y la mercante Mariana, que iba en convoy con el San Telmo, llegó unos días después.
El comandante de esta fragata mercante dio cuenta a las autoridades de la Armada de la última posición conocida del San Telmo y de sus circunstancias: se separaron el 2 de septiembre, exactamente en la latitud de 62º y 70º de longitud, con averías en el timón y verga mayor.
Según comunicó el comandante del Apostadero del Callao al secretario de Estado y del Despacho de Marina el 23 de octubre, cabe duda de que pueda haber montado el cabo y si lo hubiere conseguido, es de recelar su arribada a Chiloé o Valdivia a repararse, de donde espero, en breve, noticias.
Ni llegó el navío, ni noticia alguna sobre el mismo.
La Junta de Asistencia y Dirección que examinó en septiembre la arribada del Alejandro I determinó que esta decisión se había tomado con poca meditación y fundamento; que el comandante en jefe de la División y su mayor general eran los principales responsables ante el rey de cualesquier ocurrencia desgraciada que pueda haber sobrevenido a la División por la separación de aquella parte tan considerable de su fuerza.
¿Fue acertada la decisión de enviar al Alejandro I a la península? Si no hubiera sido así, ¿habría corrido la misma suerte que el San Telmo?
Dos años más tarde, aún se desconocía su paradero. Debido al tiempo que había transcurrido, y a las pocas esperanzas de que se hubiese salvado este buque, se ordenó el 27 de diciembre de 1821, que se diera de baja en las listas de la Armada, no obstante las diligencias practicadas al intento, deduciéndose por tanto el naufragio de dicho navío en el cabo de Hornos.
También se dio de baja a los miembros de la dotación: brigadier Rosendo Porlier, teniente de navío Francisco Javier Chacón, segundo piloto Francisco de Murcia, Francisco Hernández, segundo herrero; calafate Francisco Aguilar; Juan del Real, marinero…
Para finalizar, conviene señalar que el navío Alejandro I fue poco rentable para la Marina española. Se desarmó en Cartagena en 1820, una vez que se reconoció que en la expedición al Pacífico fue un estorbo para la navegación del San Telmo y de la fragata Prueba.
La documentación relativa a estos buques y a los hechos aquí referidos se custodia en el Archivo General de la Marina Álvaro de Bazán (Viso del Marqués). En la Biblioteca Virtual de Defensa se puede consultar la correspondiente a Expediciones a Indias.
Para saber más, recomendamos consultar:
Vázquez, Álber, Muerte en el hielo. Madrid, 2018.
Cesáreo Fernández Duro. Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón.
Manuel Martín Bueno. La arqueología subacuática en la Universidad de Zaragoza.
Filmografía:
Master and Commander: Al otro lado del mundo. Peter Weir. 2003.
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