Lisboa sufrió uno de los seísmos más fuertes de la historia el 1 de noviembre de 1755. Tras el terremoto, llegó un maremoto. Y después, un voraz incendio. La ciudad quedó devastada.
Ese día Fernando VI estaba en El Escorial. Si bien el edificio no sufrió daños, según indicó el secretario de Estado, Ricardo Wall, resolvió el rey venirse inmediatamente con la reina nuestra señora al Palacio del Buen Retiro, en donde, aunque también se sintió el temblor a la misma hora, aun con más fuerza, la facilidad de poder salir brevemente al campo da a sus majestades mayor quietud y seguridad.
Cuando el monarca recibió las noticias de la capital lusa, ordenó que se investigaran los efectos del terremoto en sus dominios, al igual que hizo el marqués de Pombal en Portugal. Se pidió noticia exacta del suceso a través del siguiente cuestionario: se sintió el terremoto; a qué hora; qué tiempo duró; qué movimientos se observaron en los suelos, paredes, edificios, fuentes y ríos; qué ruinas ocasionó; qué muertes o heridas en personas y animales se produjeron; ocurrió cosa notable; y si hubo con anterioridad señales que lo anunciasen.
El gobernador del Consejo Supremo de Castilla, tras enviar una circular a las autoridades locales, recibió información de las principales ciudades y villas.
Llegaron noticias de todos los territorios. El terremoto se había sentido en gran parte de España, especialmente en Andalucía, Extremadura y La Mancha.
El intendente de Almagro remitió las relaciones de lo ocurrido en los lugares de su partido. En el Viso del Marqués se quebrantaron las murallas de la iglesia parroquial y su torre y algunas bóvedas, y las murallas de la casa fuerte que en esta villa tiene el Excelentísimo Marqués de Santa Cruz. Como se celebraba la festividad de Todos los Santos, los fieles estaban en la iglesia, y así se recogió en el grafiti que aún se puede ver en la galería superior de este palacio: El año de 1755 tembló la tierra mientras en misa mayor.
En Granada se produjeron desperfectos en la torre de la catedral, reinando la confusión y el espanto. Afloró el sentimiento religioso ante la creencia de que se trataba de un castigo divino.
Según el presidente de la Chancillería de Granada, Manuel de Arredondo Carmona, lo único bueno de estos fenómenos, era que le hacían a uno ponerse bien con Dios. Se hicieron rogativas sin cesar a la Madre de la Antigua y la llevaron en procesión general a la Iglesia de Nuestra Señora de las Angustias.
Algunas personas, como el alcalde mayor de Málaga, pensaron que había llegado el último instante de la vida. Y no era para menos. Según José Manuel Martínez Solares el terremoto alcanzó en algunas zonas de España una intensidad VIII, de acuerdo con la Escala Macrosísmica Europea, que establece doce grados.
El deslizamiento del terreno que se produjo en Güevejar, una población de la vega de esta ciudad andaluza, casi un día después del seísmo, llamó especialmente el interés de los coetáneos. En los documentos se indica que la tierra se abrió. Se formó una zanja de cerca de una legua de largo y tres varas de ancho por unas partes y por otras menos, de tanta profundidad que por muchos parajes no se le veía el fin. Las casas y la iglesia se cuartearon. Aunque no hubo víctimas, sus habitantes huyeron dejando desierto el lugar.
El maremoto que afectó a la capital portuguesa también llegó a las provincias de Cádiz y Huelva, a Marruecos, incluso a Canarias.
De esta forma se relata en la Relación de lo acaecido en Cádiz con motivo del terremoto y creces del mar: Este día amaneció con todos los horizontes claros y salió el sol con la mayor serenidad de tiempo, el más hermoso; continuó así hasta las 9 y 50 minutos de la mañana en que se sintió un temblor general con estrepitoso ruido en pozos y aljibes. Pavorido todo el pueblo desalojó su respectiva habitación saliendo a la calle cada uno en el estado de vestuario en que se hallaba… Y cuando ya empezaban a aquietarse las gentes retirándose a dar gracias al Altísimo a los templos, se oyeron a las 11 en punto lamentables voces por toda la ciudad diciendo: el mar se traga la tierra, que nos anegamos y ahogamos, a la Puerta de Tierra, a la Puerta de Tierra…
El mar inundó buena parte de la ciudad. Por la Puerta de la Mar entraron las aguas hasta la plaza de San Juan de Dios; por la de Sevilla, hasta la esquina de la de San Agustín y Casa del Correo…
Entre tanta alteración, con la novedad del agua y las voces del pueblo, se levantaron los presos de la cárcel, cuyo número llega a 400, queriendo dar fuego a la prisión, pero se acudió a tiempo con tropa, y se evitó otra nueva confusión.
La agitación del mar también se sintió en las costas gallegas. Como mostró el corregidor de Ferrol, el capitán Ignacio Salabarria notó al oeste del cabo de Finisterre que su navío se estremecía y movía de suerte que la gente consintió que había varado, pero al ver que la carta náutica no demarcaba bajo alguno en aquellos parajes, consideró que era terremoto.
En gran parte del territorio peninsular se observaron anomalías hidrológicas, como el aumento del nivel freático de los pozos. También varió el caudal de algunos manantiales. Así el río Borbotón de Huete aumentó su caudal en corta proporción, al mismo tiempo que empezó el terremoto arrojando las aguas turbias y del color de ceniza, el que mantuvo por espacio de cuatro días… y los ganados acostumbrados a servirse de dichas aguas, aunque fueron conducidos por sus pastores en el citado día a ellas, no quisieron beberla.
Los daños materiales fueron cuantiosos. Se han documentado en viviendas y edificios monumentales de más de 400 localidades españolas, pues a los pocos días, las autoridades reconocieron los edificios públicos. En Madrid el maestro mayor de obras y los alarifes vieron que en la Plaza Mayor no había desperfectos, pero sí en el Convento de religiosas dominicas de Santa Catalina de Siena, donde se estaba hundiendo el coro y dos tramos de bóveda.
Se estima que el número de víctimas en España fue de 2.000, la mayoría causadas por el maremoto.
En el siglo XVIII se desconocía el origen de este fenómeno natural, pero la magnitud de esta catástrofe despertó el interés de los ilustrados. Así la Enciclopedia francesa recogió la voz Tremblemens de Terre, citando expresamente lo sucedido en Lisboa, así como sus posibles causas.
Hoy sabemos que los terremotos tienen su origen en los movimientos tectónicos de las placas continentales. Los investigadores sitúan el epicentro del movimiento sísmico de 1755 en el mar, al suroeste del Cabo de San Vicente, en la falla Azores-Gibraltar.
En el Archivo Histórico Nacional (Sección Estado) se custodian los documentos citados. Así mismo, en la Real Academia de la Historia existe un libro manuscrito con informaciones sobre los efectos del terremoto en numerosas localidades españolas.
Para saber más, recomendamos consultar:
Haruki Murakami, Después del terremoto, 2013
Recursos audiovisuales:
J.A. Bayona, Lo imposible. 2012
El terremoto de Lisboa: Tinieblas en el siglo de las luces (audio)