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Pero dime por tu vida ¿has tú visto más valeroso caballero que yo en todo lo descubierto de la tierra? ¿Has leído en historias otro que tenga ni haya tenido más brío en acometer, más aliento en el perseverar, más destreza en el herir, ni más maña en el derribar? La verdad sea, respondió Sancho, que yo no he leído ninguna historia jamás, porque no sé leer ni escribir.

Miguel de Cervantes Saavedra.
El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Primera parte. Capítulo X.

 

La lectura y la escritura han sido durante mucho tiempo las herramientas básicas para el aprendizaje y la transmisión de los conocimientos.

Casi reservadas a los estamentos privilegiados durante el Antiguo Régimen, no se generalizaron en el siglo XIX, cuando el Estado empezó a considerar que la enseñanza era un asunto público en el que debía intervenir.

Aunque la Constitución de 1812 dedicó su Título 9º a la instrucción pública disponiendo que en todos los pueblos de la monarquía se establecerán escuelas de primeras letras, en las que se enseñará a los niños a leer, escribir y contar, el Estado decimonónico fue incapaz de asumir el papel que le otorgaban sus propias leyes. Ni la Ley Moyano de 1857, promulgada para generalizar la alfabetización, ni el Decreto de 26 de noviembre de 1901, que ampliaba la educación obligatoria hasta los 12 años, lograron erradicar este mal endémico.

El analfabetismo fue una lacra de la sociedad española hasta casi el último tercio de la pasada centuria. Sin embargo, no resulta fácil averiguar cuál era el porcentaje de población analfabeta. Se puede tomar como referencia el Censo de población de 1920: de los 21.338.381 habitantes a que ascendía la población de hecho y, de acuerdo con las personas que contestaron negativamente a la pregunta referente a la instrucción, el porcentaje de analfabetos equivalía al 52,23% de la población; aún restando el número de personas menores de 6 años, el resultado era del 45,46%.

Muchos jóvenes, que eran llamados a filas e ingresaban en la Armada, no había tenido la oportunidad de ir al colegio. Y pese a los intentos realizados por las autoridades de Marina desde 1872 para generalizar las primeras letras, buena parte de la marinería carecía de instrucción básica.

Por ello, en la década de los años veinte, se puso en marcha un programa destinado a eliminar el analfabetismo y completar la instrucción primaria con algunos conocimientos elementales imprescindibles a los que navegan por todo el mundo, los cuales deben saber, por lo menos, dónde están y cuál es su misión. De este modo, en 1921 se declaró obligatoria la instrucción primaria, tanto en la Armada, como en las fuerzas de Infantería de Marina. Asimismo, se determinó que se impartirían clases voluntarias, al menos tres veces por semana, de Geografía, Historia de España y Aritmética elemental, en las horas y formas que los respectivos comandantes y jefes determinen.

Se establecieron escuelas en los buques y dependencias, donde fueron necesarias, organizadas por los comandantes y jefes respectivos, como en el portaviones Dédalo, o en el Primer Regimiento de Infantería de Marina de Ferrol.

De los 283 individuos que componían la dotación del crucero Méndez Núñez en 1926, 159 se inscribieron en sus clases organizadas en tres niveles. En junio, en la 1ª sección, había 24 individuos, siguiendo el Método simultáneo de Mañá Alcoverro, se enseñaba a leer y a escribir palabras y períodos fáciles utilizando únicamente las letras minúsculas del abecedario. En la 2ª sección compuesta por 25 individuos, se practicaba lectura y escritura de periodos fáciles utilizando mayúsculas y minúsculas, además se escribían números y se leían cantidades. En la 3ª sección, que contaba con 43 alumnos, se perfeccionaba la lectura y la escritura, al tiempo que se trabajaba con las cuatro reglas de enteros y decimales. Y por último, en la 4º se enseñaban nociones de gramática, ortografía, historia, geografía, moral y trato social a 57 individuos.

Periódicamente se remitían al Ministerio de Marina estados demostrativos del adelanto conseguido por los estudiantes, indicando los que habían aprendido a leer y también a escribir. Conviene señalar que, aunque hoy se considera que estas habilidades se enseñan en un proceso integrado, antes no era así.

En la Escuela de Instrucción Primaria del cañonero Bonifaz estaban inscritos 33 marineros fogoneros y aprendices, en junio de 1921. Aprendieron a leer, tras 60 días de clases, José Garrido y Manuel Durán. El resto, que había recibido menos clases, no lo había conseguido aún. En 1925, Francisco Caparrós Giménez, embarcado en el contratorpedero Juan Lazaga, llegó a leer y a escribir.

¿Quiénes eran los docentes? Como en otros ámbitos de la educación, la Iglesia católica tenía un papel destacado y se estableció que fueran los capellanes. Según las disposiciones, donde no los hubiere, el puesto se reservaba a los oficiales que quisieran encargarse de este cometido. Pero esta labor no era desinteresada. Unos y otros recibían una gratificación económica.

Conformaron la lista de directores, profesores e instructores, marinos de distintos cuerpos facultativos como el capitán médico Alejo Cornago Fernández, el practicante Lorenzo López Rodríguez y el primer maquinista oficial Evaristo Díaz Mauriz.

Sin embargo, la enseñanza no era una labor fácil, por lo que tendió a profesionalizarse. Un primer paso fue determinar que desempeñasen las plazas de profesores los individuos del Cuerpo de Auxiliares de Oficina. Así, obtuvo el puesto de instructor del crucero Méndez Núñez, el escribiente José Martínez Navarro en 1925.

Después, cuando en 1930 renunció al puesto de auxiliar instructor de las brigadas de marinería del Arsenal de Cartagena, Francisco Sobrao Grall, miembro del Cuerpo de Oficinas, se aceptó la propuesta realizada a favor del marinero de segunda Vicente Andrés Cabedo, quien era maestro nacional. Únicamente entonces se permitió que los marineros pudieran ser profesores, si tenían el título correspondiente, cuando no hubiera candidatos de los cuerpos subalternos.

La documentación remitida al Ministerio de Marina generada por estas escuelas, tanto los estados demostrativos de los avances de los estudiantes, como la relativa al nombramiento de profesores, se custodia en el Archivo General de la Marina “Álvaro de Bazán” (Viso del Marqués).

 

Para saber más, te recomendamos:

 

Instituto Nacional de Estadística

Archivo General de la Marina Álvaro de Bazán

La enseñanza de la lectura y la escritura. Análisis socio-histórico. Antonio Viñao Frago.

Alfabetización y escolarización en España (1887-1950). Narciso de Gabriel.

 

 

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