Los pazos, como el de Oca, Sistallo, Moláns, salpican Galicia. Otrora residencias señoriales, que dieron cobijo a personajes ilustres en su paso por aquellas tierras, algunos se han convertido en lugares turísticos de descanso.
De acuerdo con Ana Pereira Morales, el pazo es una casa hidalga gallega edificada en el campo, con signos heráldicos, de proporciones y hechuras muy superiores a los del hábitat rural de la zona; y que presenta, no siempre, pero frecuentemente, portón blasonado, capilla, palomar y jardines. Si bien cronológicamente pertenece a los siglos XVII y XVIII, podía tener un origen anterior, así como adiciones de épocas posteriores. Incluso los hay del siglo XIX, como el famoso de Meirás construido por Emilia Pardo Bazán a partir de una antigua fortificación.
No hay que olvidar que, aunque ahora los veamos simplemente como una casona, fueron, en su día, núcleos de producción agraria en los que se centralizaban las relaciones económicas y sociales características del régimen señorial gallego.
Los hidalgos eran un grupo heterogéneo, que presentaba importantes diferencias en cuanto al volumen de sus rentas, pero también sobre la cantidad de vasallos, considerando como tales a los vecinos cabezas de casa que pagan los derechos señoriales, según indica Antonio Eiras Roel.
José Manuel Vázquez Lijó señala que Vicente Caamaño Gayoso, señor de Goiáns, entre 1771 y 1800, formaba parte de un grupo de 85 hidalgos, que tenían aproximadamente unos 120 vasallos, a gran distancia de una escala superior ocupada por 7 señores titulados, cuya media era de 2.481 vasallos.
La acumulación de las rentas, gracias al morgado, variante gallega del mayorazgo, y a los matrimonios bien concertados, facilitó el enriquecimiento de ciertas familias, así como la mejora de su estatus. Por ello, pudieron construir mejores residencias, desde finales del XVII.
El pazo de Goiáns tuvo su origen en una torre del siglo XVI, como otros muchos, dado el carácter defensivo inicial de estas casas solariegas. Poco a poco, de acuerdo con las necesidades de espacio, y al compás del aumento de las rentas y del personal al servicio, se fueron añadiendo dependencias.
A través de los inventarios y testamentos, podemos conocer el uso de las salas. En 1751 costaba de 11 piezas, para descanso y trabajo, distribuidas en dos plantas. En la torre había dos estancias, una de ellas sería el despacho, adornado con pinturas, donde se guardaban las armas de fuego.
Según el refranero, este espacio singular tenía varios elementos característicos: la capilla y el palomar, además del ciprés, árbol asimilado a la hospitalidad.
En la capilla se reunían para el culto religioso tanto los señores como el servicio doméstico y los jornaleros de la propiedad.
Valle Inclán no olvidó las palomas al describir en Sonata de otoño la primera imagen del Pazo de Brandeso que vio en la lejanía el marqués de Bradomín:
El sol empezaba a dorar las cumbres de los montes: rebaños de ovejas blancas y negras subían por la falda, y sobre verde fondo de pradera, allá en el dominio de un Pazo, larga bandada de palomas volaba sobre la torre señorial.
La paloma, y en concreto el pichón, además de ser un animal doméstico de gran importancia para para la alimentación, podía añadir ingresos complementarios, por la venta de los excedentes.
El palomar se consideraba una despensa viviente al que volvían las aves para descansar y reproducirse. El primero que tuvo el pazo de Goians se demolió y en su lugar se construyó una bodega, donde se instaló un lagar. El que hoy se conserva es de planta circular, como la mayoría de los gallegos.
Estas casas solariegas solían tener un archivo para guardar los documentos: los títulos de propiedad, necesarios para asegurar y aumentar el patrimonio; los de nobleza, para verificar el linaje; y algo imprescindible, las cuentas de las rentas que percibían.
En la torre del pazo de Goiáns, a mediados del XVIII, había tres alacenas grandes de cerradura y llaves, donde estaban los papeles de los distintos linajes que habían ostentado la propiedad del lugar, todos ellos bien compuestos y colocados en la mejor forma.
Aunque no siempre era así, tal y como describe la citada escritora gallega en su obra Los Pazos de Ulloa: Las estanterías entreabiertas dejaban asomar legajos y protocolos en abundancia; por el suelo, en las dos sillas de baqueta, encima de la mesa, en el alféizar mismo de la enrejada ventana, había más papeles, más legajos, amarillentos, vetustos, carcomidos, arrugados y rotos; tanta papelería exhalaba un olor a humedad, a rancio que cosquilleaba en la garganta desagradablemente.
Gracias a la documentación familiar de los Caamaño, que se encuentra en el Archivo de la Diputación de Pontevedra, se puede estudiar este ejemplo de vida pacega; no obstante, resultan complementarias las fuentes documentales custodiadas en el Archivo Histórico Diocesano de Santiago, el Archivo del Reino de Galicia y el Archivo General de Simancas.
Para saber más, recomendamos consultar:
Archivo de la Diputación de Pontevedra
Archivo Histórico Diocesano de Santiago
Eiras Roel, Antonio: El régimen señorial a finales de la Edad Moderna: evaluación
Martínez Barbeito, Carlos: Torres, pazos y linajes de la provincia de La Coruña. León, 1986
Pereira Morales, Ana María: Os pazos. Vigo, 1996
Vázquez Lijó, José Manuel: Luces sobre a Casa de Goiáns no Antiguo Réxime. A Coruña, 2012
Recursos audiovisuales:
Capilla, palomar y ciprés, pazo es RTVE
Muy interesante el texto, ahora los Pazos se ven de otra manera. Gracias
Así es… Muchas gracias por tu comentario, Begoña